La Playa de los Libros es un evento organizado por la Asociación Ecocultural (LAEC) y patrocinado por el Ayuntamiento de Los Alcázares en el que se celebran tertulias literarias, cuentacuentos, encuentros con autores… A mí me habían invitado a la feria del libro que se levanta en el paseo marítimo (Paseo Carrión).
Era sábado, 13 de julio. Llegué un poco antes de mi hora, sobre las 20:00. Todavía era de día. Al llegar encontré al compañero Antonio Cano, le agradecí su reseña y estuve un buen rato charlando con él.
Me llevé una alegría al ver aparecer por allí con Gloria, a quien le había perdido la pista hacía tiempo. Nos pusimos un poco al día y me presentó a su novio, Joaquín Guirao, que venía de dar una charla sobre el mundo del cómic en el patio del balneario de la Encarnación. Le acompañaban Fran Scythe y Toni Fernández, con los que también pude intercambiar unas palabras. Les hablé de una película que vi hace poco, American Splendor, que por supuesto ya conocían.
Pude saludar a Emilio Tomás, de Taller de Prensa, que además de ser uno de los principales promotores de La Playa de los Libros, es quien concierta mis firmas en El Corte Inglés y Casa del Libro.
Conocí a Tomás Vicente, que venía de firmar en la Casa del Libro de Cartagena esa misma tarde y me dio algunos consejos útiles. Tenía intención de hacerme con un ejemplar dedicado de su libro 15 agujeros, pero no había disponibles. No importa: a la próxima.
Después me puse a la tarea de ver cómo era aquello de intentar vender en un «mercadillo» al aire libre.
Como había demasiados escritores juntos, Aurora, la librera de Lápiz y Papel («no soy librera, soy fotógrafa»), pidió que algunos pasáramos a la parte delantera de la mesa.
Fotografía de Javier L. García
Por la misma razón, Emilio cambió mis libros del sitio donde los había colocado Carmen, la madre de Aurora (la auténtica librera), y los llevó casi a uno de los extremos de la mesa. Los pobres quedaron rodeados por las novelas de Megan Maxwell y otras del mismo estilo.
No pegaban nada allí, pero la parte buena es que gracias a este movimiento de enroque tuve de compañera a Alfonsi García Armenteros, una chica muy agradable. En lugar de pisarnos o hacernos la competencia, nos ayudamos mutuamente.
Quizá porque son las principales compradoras de novela rosa, en nuestro metro cuadrado se detenía principalmente público femenino de cierta edad.
Enseguida hice mi primera venta: Delia, una mujer encantadora. A su lado, como si fuera un veraneante más (os recuerdo que me había puesto delante de la mesa), señalé la portada de mi libro, diciéndole: «He oído que este es muy bueno». «¿Ah, sí?». Lo tomó, y cuando le dio la vuelta y vio mi foto, dijo: «Qué canalla».
Me gustó mucho hablar con ella. Resulta que también escribe, aunque sobre otro tipo de temáticas.
En el extremo de la mesa, a nuestro lado, en la zona infantil, estaba Lorenzo, un niño de nueve años que se ha «autoeditado» un libro de forma casera. Lo ofrecía a los posibles clientes con mucha más soltura y desparpajo que la mayoría de los escritores que estábamos allí.
Esto me hace recordar la conversación con Javier L. García. Ambos coincidimos en que el problema de este tipo de eventos es que la mayoría de los escritores suelen ser (o solemos, aunque no me incluiría del todo en este grupo) personas tímidas, introvertidas, solitarias, a quienes les cuesta ofrecer su «producto» cara a cara con eficacia.
También conocí a José Javier Martínez, que presentaba el poemario Lunas de rojo neón, editado por Tres Columnas.
Hablar con él me trajo a la memoria unos famosos versos de La vida es sueño que me impactaron mucho de niño (como todo el libro):
Cuentan de un sabio que un día
tan pobre y mísero estaba
que sólo se sustentaba
de unas hierbas que cogía.
¿Habrá otro, entre sí decía,
más pobre y triste que yo?
Y cuando el rostro volvió
halló la respuesta viendo
que otro sabio iba cogiendo
las hierbas que él arrojó.
Y es que ya he señalado alguna vez lo poco valorado que está el relato en España, en comparación con la novela, o he opinado que es más difícil conseguir que un desconocido se interese por un libro de relatos, bien porque puede contestarte que solo lee novela, bien porque para el autor no es tan sencillo responder a la pregunta: «¿De qué va?», puesto que cada cuento trata un tema distinto.
Pero si eso es así, imaginaos lo que ocurre con un género tan minoritario como la poesía.
Hablé con Fran Serrano, editor de MurciaLibro. Fue tan amable de comprar un ejemplar de La tienda de figuras de porcelana por propia iniciativa (e incluso con mi oposición). Como me sucedió con Alfonsi, o hace un par de semanas con Asun y Raúl, de Dokusou, es de agradecer esta camaradería y buen rollo entre la «competencia». Muchísimas gracias, Fran.
Mientras me divertía observando cómo Aurora hacía reír a su sobrina en el carricoche, me acordé de Javier, mi editor, diciéndome: «échate fotos», para que no sucediera lo mismo que en El Corte Inglés. Así que le pedí a la tita Aurora que me tomase una, y de ese modo conseguimos, por el mismo precio, una foto profesional (aunque la echase con el móvil de Antonio).
Le conté a una extremeña risueña que mi amigo Garrote está viviendo desde hace unos años en la sierra de Gata. Hablamos un poco de su tierra y se llevó un ejemplar.
Entonces se acercaron por allí Yoli y Gonzalo, y casi al mismo tiempo, Mónica y su novio Andrés. Mónica os sonará, fue la chica que me acompañó en mi (nuestra) primera presentación.
No se os ocurra ver el vídeo porque a ella le da muchísima vergüenza. Todavía no ha tenido el valor de reproducirlo, desde abril. Así que no le deis al play, ¿eh?
Como ya eran las 21:30 pasadas, presenté a las dos parejas y nos fuimos a tomar algo al chiringuito de enfrente, Casa Julián. Los hubiera llevado a la terraza de La Encarnación, donde me he tomado tantos vinos blancos y vermús rojos, o delante, al San Antonio, que también frecuento (os recomiendo el pulpo roquero), pero tenía poco tiempo.
Yoli me contó que va a hacer gestiones para que La tienda pueda pedirse también en la biblioteca de Los Alcázares (una amiga se encargó en abril de que estuviera disponible en la Biblioteca Regional de Murcia, y yo he donado un ejemplar a la biblioteca de San Javier y voy a donar otro a la del Pilar de la Horadada).
“La tienda de figuras de porcelana”, en la estantería de novedades de la Biblioteca Regional de Murcia
A propósito de Yoli, un inciso. Hace un par de fines de semana, su hijo de 15 años acudió a la comida de celebración del cumpleaños de su madre (luego los adultos nos quedamos de sobremesa y él se piró, como es normal). El caso es que el chaval, que no lee nada nunca, me dio una alegría. Según me dijo, una tarde que estaba aburrido encontró mi libro en casa, empezó a leerlo y no pudo parar. Al parecer, le encantó.
Escuchar esto de boca del chaval y poder hablar con él durante la comida, responder a sus preguntas sobre los cuentos…, me hizo más ilusión que una reseña en el periódico. Y mira que eso me hizo ilusión.
Vuelvo a La Playa de los Libros. Pasamos un rato divertido en la cena, y como una hora después regresé a mi puesto. Ya era de noche y la luna había salido a saludar. Estaba casi llena.
Esta vez me coloqué detrás de la mesa y me presenté a Carmen, que acababa de llegar. Hicimos buenas migas, resulta que conoce bastante bien a una novia que tuve en Los Alcázares y a sus padres. Quedamos en que La tienda de figuras de porcelana tenía que estar a la venta en Lápiz y Papel, y ya he iniciado las gestiones para ello. Cuando llegue el momento, lo incluiré en Puntos de venta.
Entretanto, otro ejemplar se fue a la casa de una nueva amiga, Pilar.
(Más tarde supe que Kiko Prian también se llevó La tienda a su casa. No coincidimos, imagino que me pilló cenando. Gracias, Kiko).
Y con esto poco más o menos llegamos a las doce de la noche. Aunque no soy aficionado a la novela negra, compré el libro de Antonio, Marcha fúnebre de violín, me despedí de Carmen y Aurora, que comenzaban a empaquetar libros en su furgoneta, y me marché.
Me lo pasé bien, espero que vuelvan a invitarme el año que viene. Es verdad que estuve más tiempo conociendo y hablando con unos y otros que intentando vender libros, pero no creo que haya que descuidar las relaciones personales ni dejar de divertirse por obsesionarse con el «negocio».
Y oye, aun así se vendieron seis, que no está mal. Hubo quien no vendió nada. Y ha sido un buen entrenamiento para la feria del libro de Murcia (sí, allí estaré también, en la caseta de Malbec y la de El Corte Inglés. Ya os iré contando cuando pase el verano).
Nota: olvidé mencionar que Mariul pasó por allí y estuvo conversando con Antonio y conmigo. Fallo de memoria imperdonable que subsano ahora.
Y lo próximo: